lunes, octubre 27, 2014

Granados y el "Pequeño" Nicolás


Algo que no me gusta de lo de Francisco Nicolás desde que apareció la noticia: la condescendencia, la risita. Sí, hubo una película sobre un caso parecido en Estados Unidos y Leonardo di Caprio salía muy guapo, pero no nos quedemos en la anécdota porque Francisco Nicolás no es un suplantador de identidad, es mucho más que eso: un caso extremo de lo que se puede hacer en España sin hacer nada. Iré más lejos: lo que se puede hacer en Madrid sin hacer nada. "Mando mucho en Nuevas Generaciones de Moncloa-Aravaca" y de ahí al cielo.

Hay dos posibilidades: una, que el citado Nicolás de verdad tuviera esos padrinos o al menos alguno de ellos; dos, que los padrinos no existieran más que como gancho y que solo el gancho ya fuera suficiente para crear una red de afectos, contactos y, no seamos inocentes, dinero, que permitieran al post-adolescente ocupar día a día uno de los chalets más ostentosos de El Viso. Lo que se conoce como poder. Hablamos, en cualquier caso, de polítiqueo, de "conseguidores", de chanchullos... siempre dentro de un ámbito muy claro: el PP de Madrid y su entorno, esa enorme cloaca.

Insisto, no hay nada de divertido en ello, y menos cuando ese mismo partido acaba de ver cómo le han detenido a unos cuantos alcaldes y ni más ni menos que al que fuera número dos de la Comunidad de Madrid durante años. Dice Aguirre que hace tres años "perdió la confianza en él" pero no nos dice por qué Ignacio González ganó aquel pulso. Tampoco dice qué ha pasado con los otros alcaldes. Ni con los que ya estaban imputados o en la cárcel con anterioridad. Si Esperanza Aguirre no se ha llevado un euro ni lo ha pedido, si no ha ejercido ese poder que Nicolás ya disfrutaba solo con amagar, como mínimo ha sido una inútil. Controlar a un país es complicado pero controlar a un partido en una comunidad uniprovincial no debería serlo tanto.

Aguirre se empeñó en 2004 en ser ella la presidenta del partido y se empeñó en seguir siéndolo después de su retirada de la presidencia de la Comunidad en 2012. Se ve que piensa que es el cargo ideal para ella porque no la sacan de ahí ni con aceite hirviendo. ¿Por qué es ideal? Lo desconozco, pero mirar hacia otro lado, en lo pequeño y en lo grande, durante diez años es complicado de narices.

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Dice Lupe en Twitter que la buena noticia de todo esto es que al menos ahora ya no son impunes. Mi madre opina lo mismo y en eso las dos tienen razón. Hay algo dulce en lo amargo pero no deja de haber algo muy amargo en lo amargo: constatar que durante muchos años lo han sido, que no era solo nuestra imaginación. Uno puede soltarle al taxista de turno que sí, que son todos unos chorizos  y repetirlo en la cena de Navidad pero, en el fondo, tiene la secreta esperanza de que no sea así, que el nuestro sea un juicio sumario e injusto y que los políticos con responsabilidades realmente se tomen esto en serio y no anden vendiendo lo público a un montón de constructores.

Desgraciadamente, no ha sido así. Y jode. En una conversación de la misma red social hablamos de "House of Cards" y "Crematorio". Son dos de mis series favoritas, apasionantes. La segunda, reconozcámoslo, es una sucesión de estereotipos como podía serlo "El Padrino": el empresario valenciano corrupto, el alcalde que no pinta nada y delega en su concejal de urbanismo y el concejal, el empresario y el alcalde que hacen piña frente a la amenaza exterior, que puede ser un juez, pero normalmente es otro empresario.

Una España de "Crematorio". Una España de estereotipos. Habrá quien diga que no solo España y no solo estereotipos y tendrá razón, porque se ha visto que tener razón es lo más sencillo del mundo, pero sinceramente no supone ningún alivio.

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En el AVE de vuelta a Madrid. Un señor llega muy digno a su asiento y observa que el portaequipajes está ocupado por otra maleta. Pregunta en alto: "¿De quién es esta maleta?" El vagón está medio lleno -acabará lleno del todo, pero eso será un poco más tarde- pero nadie contesta. Lo repite y un padre joven con su niña de dos años en las rodillas acaba diciendo: "Es mía, ¿por qué?". El señor le mira con cierta indulgencia y le dice: "Pues porque es mi sitio" y, aunque el padre intenta justificarse -no hay más sitios libres, qué quiere que haga-, se encuentra con la maleta en el pasillo, sin más. Inician una discusión y la mujer les pide por favor que paren.

Hay algo feo en todo aquello. Como pegar a alguien con gafas, que decíamos de chavales. No se grita a un hombre que tiene a su hija de dos años en las rodillas. No se le intimida. No se le pone la maleta en el pasillo. Puede que ese hombre haya cometido un error pero hay algo horrible en ridiculizarle delante de su familia. Yo, que nunca podría ser el hombre que humilla porque me falta carácter, pienso en qué clase de respuesta daría si fuera el hombre humillado. La reflexión no dura mucho: al minuto estoy recolocando el coche del niño para dejar más hueco y dando gracias por haber llegado a tiempo de colocar el maletón en las baldas de la entrada.

Luego le doy vueltas a maneras posibles de derrotar al matón, todas violentas. Una posible unión de pusilánimes que consiguiera derribar a Gulliver. Moral de esclavos, que diría Nietzsche. Al final, ni eso. Sobreponerse es todo.