viernes, octubre 31, 2014

Zaratustra en Stanford



Nunca había tenido la paciencia de escuchar entero el discurso de Steve Jobs en Stanford hasta esta misma mañana, preparando este artículo. Yo iba a hablar de la famosa frase: "Cada mañana, cuando te mires al espejo, piensa si lo que vas a hacer ese día es lo que te gustaría hacer el último día de tu vida... y si la respuesta es "no" demasiadas veces seguidas, busca otra cosa". Iba a hablar de esa frase porque me parece que es una manera maravillosa de vivir, que es mi manera, y que me gustaría que fuera la de mi hijo. Que viva no según las expectativas sino según su criterio de felicidad.

No digo que sea fácil, no digo que la gente te vaya a entender, no digo que el "tengo que" no aparezca demasiado en mis conversaciones, pero Jobs, como Nietzsche, tiene razón: la humanidad no se mejora, pero los hombres sí, de camellos a leones y de leones a niños. Que el parecido entre Steve Jobs y Friedrich Nietzsche no se haya resaltado más se sorprende: los dos son en esencia nihilistas y en el nihilismo encuentran el verdadero compromiso vital. "¿Era esto la vida? Bien, otra vez".

Lo que pasa es que al final me he pasado el vídeo mirando las caras de los estudiantes, los que están a punto de graduarse. El calor horrible y el sol de cara. La alegría inicial, los gritos de borrachera inminente o persistente, depende del caso. Y luego, el silencio. La conciencia de estar ante un momento histórico. En 2005, Steve Jobs acababa de inventar e iPod. No había iPhone ni iPad, pero eso no le convertía en menos que un genio. El gran genio de nuestro tiempo. Pienso en esos chicos: algunos habrán triunfado y otros no, en absoluto. Todos ellos, sin embargo, comparten algo mágico: ellos estuvieron escuchando a Zaratustra en Stanford y Zaratustra les dejó un mensaje: "Tú o yo, enano, pero yo soy más fuerte".

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En una de las primeras escenas de "La gran belleza", Jep Gambardella entrevista a una artista conceptual amiga de darse golpes desnuda contra muros y paredes. La mujer afirma que su arte se basa en "vibraciones" y Gambardella, muy elegante, muy sonriente, le pide que le aclare una cosa: "¿Qué es exactamente una vibración?" Ella se va por las ramas, visiblemente nerviosa, habla de su infancia, de su desgracia, de la transgresión de su propuesta... pero él insiste, ya paternalista: "Mire, yo trabajo para una revista que presume de tener lectores inteligentes y usted no dice más que vaguedades. Le pido, por favor, que me responda a una pregunta muy sencilla: qué es una vibración?".

Ahora, cambien a la artista por Pablo Iglesias y "vibración" por "gente".

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A veces pienso que debería demostrar más carácter. Mi mujer lo dijo una vez: "Deberías hacerte valer más". Puede que tenga razón. Yo, durante muchos años, los de mi adolescencia, presumí de carácter y así me fue. No es que se haya ido, porque ahí sigue, es que me da miedo utilizarlo. Si yo de verdad me hiciera valer lo que pienso que valgo y me tomo las cosas como me las tomaría a los 18 años, nos quedaríamos tres y el apuntador. No es que este papel de fiera dormida me guste demasiado porque ahí están los ataques de ansiedad pero es lo mejor para la convivencia, hasta el punto de proponerle a la revista GQ una sección que se llame "El hombre blandengue".

Porque el Guille Enfurecido mejor no conocerlo, y mi mujer es la primera en saberlo, quizá lo que le dé rabia es que no encuentre un término medio.