viernes, noviembre 28, 2014

El ejército



Últimamente las mañanas empiezan con Boza, para confusión de la Chica Diploma que cree que estoy escuchando a Zahara. A mí, la verdad, me recuerda más a María Blanco, ahora conocida como Mäbu. Son aires de familia de unos años locos, los últimos de la década de los 2000, cantautoras que se intentaban salir de los estereotipos y ya no querían ser Joan Báez ni Mercedes Sosa. La primera vez que vi a Boza fue en un concierto de Jorge Marazu en el Búho Real. Casi todo lo bueno que ha salido en este país en los últimos años ha actuado en alguna ocasión en el Búho y ahí nos congregábamos todos para poder soltar el clásico "yo los vi primero".

Darío decía que era su "mejor cantante desde Bebe". Darío tenía cierta tendencia a hacer suyas las cosas y así se ganó muchos enemigos, pero basta con ver dónde estaba el Búho Real antes de que él se fuera a Alemania y cómo ha estado en los últimos tres años para darse cuenta de que sabía lo que hacía. Mi primera impresión personal de Boza fue mala, así que se convirtió en la última. Musicalmente, sin embargo, me cautivó desde el principio. Tardes en la calle Churruca repitiendo "El ejército" o "El pequeño vals sin título" en el Bandcamp al que había subido su maqueta.

La Chica Diploma es una enamorada de los exteriores y las luces pero a menudo yo echo de menos esa luz mortecina a todas horas en aquel amago de estudio. La melancolía en su día a día malasañero. La voz de Carmen, una voz cálida, no exagerada, repitiendo aquello de "tú y yo solo supimos brillar" cuando aún éramos tan jóvenes que podíamos creérnoslo.

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De Malasaña recuerdo también que era un sitio solitario. No lo digo en el mal sentido. Era un barrio donde se acogía de maravilla a los chicos solitarios; de ahí, probablemente el exceso de bares. Incluso en los fines de semana había un punto agradable de impersonalidad y masificación que hacía precisamente mucho más enternecedor el momento en el que te cruzabas con alguien a quien realmente conocías. Hay quien hace vida de barrio en Malasaña porque es una de sus múltiples posibilidades pero la mayoría nos limitábamos a "dejarnos caer". Dejarnos caer por Tipos Infames, dejarnos caer por el José Alfredo, dejarnos caer por el propio Búho Real...

Los domingos por la noche, por ejemplo, si no había plan alguno, podía bajarme a la calle Regueros, tomarme una copa en la barra de Antonio y escuchar a Patricio o a Pol o a quien tocara ese día. Hay mucha gente que cree que actuar un lunes es lo peor en términos de público pero en realidad un domingo es mucho peor porque todos tenemos ahí ese punto de angustia que nos acaba atando a la repetición de los mejores momentos del Almería-Getafe.

La primera cita que tuvimos mi esposa y yo, que no fue una cita pero se pareció mucho, fue un viernes. Una cita de viernes no tiene mucho mérito. Cuando realmente me di cuenta de que la cosa podía ir adelante fue cuando quedamos un domingo por la tarde en el café Madrid. Las razones no eran agradables pero alguien con quien puedes compartir un domingo en Malasaña es alguien con quien puedes compartir el resto de tu vida en cualquier lugar del mundo.

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A mí lo que me falta para ser un columnista aceptado es una excelente memoria o una agenda llena de citas. Mientras no lo tenga, tendré que seguir escribiendo lo que yo pienso sin recurrir a un chascarrillo de otro cada dos líneas. Si en el instituto me costaba hacer pandilla -lo intenté, eso sí, pero qué pereza- imagínense con casi 40 años. Otra cosa es que una pandilla, en este negocio, venga bien. Quien la tenga, que la cuide mucho y reparta bien la farlopa.