domingo, noviembre 30, 2014

El fútbol no tiene nada que ver con el fútbol


Salen los presidentes del Atlético de Madrid y el Deportivo de la Coruña a dar una rueda de prensa y asegurar que la muerte de un aficionado no tiene nada que ver con el fútbol. Por ellos pueden seguir currándose todo lo que les apetezca, no les compete. Lo dicen, supongo, porque la pelea no se ha producido dentro del estadio y por lo tanto no es responsabilidad directa de ninguno de los clubes. A mí me parece como si salieran los dueños de unos casinos a decir que la ludopatía no tiene nada que ver con el juego y ahí se quedaría la cosa si no hubiera tanta connivencia de por medio.

El Barcelona y el Real Madrid son dos clubes que pueden dar muy pocos ejemplos de ética, pero han querido y sabido enfrentarse a determinados problemas de violencia organizada. No sin pagar un precio: Laporta estuvo amenazado de muerte por los Boixos Nois durante años y lo de los Ultras Sur contra Florentino Pérez es una inquina que a veces no respeta ni a los muertos. Con Lorenzo Sanz, desde luego, se vivía mucho mejor. Otros clubes no han hecho la misma limpia: el Atlético de Madrid está entre ellos, desde luego, y también lo está el Deportivo de la Coruña.

Abonos más baratos, viajes financiados, trasteros para guardar parafernalia a menudo fascista... Los clubes sienten que necesitan a sus aficionados más agresivos para imponer respeto dentro del estadio y fuera del mismo, es decir, para usarlos de escudo protector en caso de turbulencia en el puesto de mando. Eso es el fútbol y lo lleva siendo unos 40 años. Lo hemos visto mil veces. Esa pose de Cerezo y Fernández de infinita distancia, de "el infierno son los otros" es perversa. Como la de los periodistas deportivos que se hacen fotos con grupos ultra para ver si así hacen caja en la siguiente televisión... o la propia televisión que les paga por hacer ese papel. Todo fútbol, al fin y al cabo.

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Noche de recuerdos en la calle Espíritu Santo. Séptimo aniversario o así de nuestro pequeño taller de La Buena, donde nos encontramos tantos miércoles por la noche. Muchas ganas de reencontrarme con Bea, de charlar con Bea, de disfrutar de su sentido común. Muchas ganas, también, de quedarme, incluso a una hora de la madrugada a la que suelo estar hecho polvo. Eso es una buena señal que contradice la que parece opinión generalizada sobre mí: a Aroa, aunque sé que lo dice con cariño, le he parecido siempre "negativillo". Marina, directamente, me llama "agrio" y "aguafiestas" porque no me gustan las pandillas.

No es algo nuevo. Cuando nació el Niño Bonito y pasé por Tipos Infames para contarle a Curro lo mucho que lloraba el pequeño, no se le ocurrió otra cosa que decir: "Vaya, como el padre". Así que, bueno, no todo el mundo puede estar equivocado y sin duda la imagen que transmito es esa. Rebeca, con su cortesía habitual, la matiza: "es nostalgia, más bien". Sí, es nostalgia, yo creo que es eso y que a menudo se malentiende, porque en realidad yo no dejo de repetir lo feliz que fui hace tres años y si siempre fui feliz hace tres años cumpla los que cumpla, el resultado es que he sido feliz siempre, hay que saber leer entre líneas.

Otra cosa es que, si yo no soy quién para decirle a la gente cuándo abandonar su adolescencia, me parezca bien que vengan a reprocharme que yo ya no quiera estar en el instituto ni creo que, necesariamente, eso me convierta en un viejo gruñón.

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Son tiempos de francotiradores por las avenidas. Disparen contra todo lo que se mueva. Masas enfurecidas. Podemos se ha movido muy bien hasta ahora precisamente porque habían sabido encontrar su lugar tras las ventanas y señalar con el dedo. Lo comentaba hace poco: su éxito estaba precisamente en la indefinición, a diferencia de las prisas que tuvo el 15-M por consensuar medida a medida cómo iba a cambiar el mundo.

Sin embargo, las prisas parecen haber llegado y con las prisas, las balas. Es de agradecer que un partido perfile y exponga sus ideas antes de presentarse a unas elecciones, pero en términos electorales tiene pinta de que va a ser un error. Sobreexposición. Demasiados paseos sin chaleco antibalas. De repente, el objetivo eres tú y tú tienes que demostrar que tienes razón. Como decía Mac Mac en "The Newsroom": primero te suben al árbol y luego te tiran piedras para que bajes.

El problema es, además, que se han empeñado en demostrar que tienen razón y que no son ninguna broma. Lo que no acaba de quedar claro es si la tienen, y de esa manera están a un paso de no dejar contentos a nadie. Es lo que tiene este mundo post-crisis, se maneja en la insatisfacción como nunca antes en la historia. Y la insatisfacción, lo digo por los optimistas, no tiene nada que ver con lo material ni entiende, necesariamente, de cantidades.