viernes, noviembre 07, 2014

Podemos y el 15-M


En Antena 3, el mismo malentendido de siempre: "Podemos no es heredero del 15-M", dicen, y para justificarlo recurren a los datos del CIS: sus votantes son de clase media, incluso de clase media-alta y con titulación universitaria. Muy bien, ¿y qué demonios creían que era el 15-M?, ¿quién creen que está detrás de Juventud Sin Futuro, Democracia Real Ya, V de Vivienda, etc.? Es increíble hasta qué punto los tópicos periodísticos se acaban instalando e incluso reforzándose a lo largo de los años. Las plazas las ocuparon perroflautas que leían a Hessel y punto. Luego queremos entender lo que pasa.

Esto no quiere decir que el 15-M fuera, sin más, Podemos. Sería absurdo. Yo estuve en el 15-M y no creo que vaya a votar nunca a Podemos, pero los dos coinciden en ser movimientos que surgen de una clase media que no quiere dejar de serlo. Sí, habrá revolucionarios y anti-sistemas y nostálgicos de la utopía, pero el pan y la mantequilla es esa: el fracaso de las expectativas de una o dos generaciones criadas dentro de ambientes mayoritariamente burgueses. ¿Por qué creen que Pablo Iglesias hablaba de "gente de una clase mucho más baja que la nuestra" en aquel famoso vídeo que tanto le afearon? No hay en Podemos nada de obrerismo ni de lucha de clases. Cuando Iglesias dice "gente" aún no tenemos claro lo que dice pero sabemos que no dice "proletariado" y no me parece que diga "pueblo" a la manera chavista que tanto le critican.

El sentido de Sol desapareció cuando prensa y políticos, todos a una, decidieron pasar la pelota al tejado de los manifestantes y decirles: "Bueno, ¿qué proponéis?". Todos mordieron el anzuelo y pasaron las semanas entre propuestas absurdas, contradictorias, asambleas interminables y una búsqueda de consenso que no podía haber más allá de la reacción a determinados abusos. La gente de Podemos ha hecho todo lo contrario: permanecer callada ante el requerimiento y de esa manera desesperar a sus rivales, que van gastando adjetivos e insultos sin acabar de encontrar ejemplos reales. No es tanto, yo creo, que la realidad no le interese a Iglesias sino que Iglesias sabe que en esta realidad lo mejor es ser un tanto ambiguo. O muy ambiguo. Aquello de sentarse a ver pasar el ataúd de tu enemigo. Como Rajoy, más o menos.

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Por cierto, decía Ortega: "Una revolución es una reacción ante los usos y no ante los abusos". Como habrán visto, yo estoy de acuerdo, pero a veces me da la sensación de que soy el único y que me paso el día recordándolo.

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Cuando salió la noticia del incidente de Gerard Piqué con la Guardia Urbana a eso de las dos de la madrugada enfrente de un casino, publiqué un tuit que decía: "Su empeño por convertirse en un ex jugador es encomiable". Enseguida saltó alguien a defenderle: si seguía jugando de titular, argumentaba, es que tampoco le iba tan mal. Dos semanas después, alejado ya definitivamente del once inicial en el Barcelona y fijo en la selección solo por la tradicional falta de centrales españoles de garantías, Piqué afronta a los 27 años una decisión que lleva al menos dos temporadas aplazando: ¿Quiere dedicarse a esto o no?

Y "dedicarse" no es salir ahí a tirar de talento y poco más ni es quedarse en el banquillo jugando con el móvil, como no lo es salir por las noches, jugar al poker compulsivamente ni dedicarse a tirar bombas fétidas en los aviones o lanzarles pipas a directivos en el palco. Sobre la influencia de la vida privada de los deportistas profesionales en su rendimiento en el campo se ha escrito mucho, normalmente rozando la beatería. Romario decía que él necesitaba salir todas las noches para jugar bien el domingo. Lo decía y lo hacía, que es lo importante.

Hay, sin embargo, quien no puede vivir en un estado de continua dispersión y rendir al cien por cien con su equipo. Si Piqué está o no en este grupo lo sabremos definitivamente muy pronto. De momento, lo que queda es esta sensación de lejanía que tanto afecta al Barcelona. "Sin Piqué, se nos cae el invento", decía Vilanova en 2011 y tenía razón, el invento tiene toda la pinta de caerse con estrépito en cualquier momento.

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Durante años me preparé para poder responder "soy escritor" a la pregunta "¿y tú a qué te dedicas?". Me quedan aún otros cuantos, me temo, para digerir el "¿ah, sí, y qué escribes?".