jueves, noviembre 27, 2014

Will McAvoy


Cuanto más se aleja de la figura de Will McAvoy, más irrelevante se convierte The Newsroom. Diré más: cuanto más plano se dibuja el personaje, más aburrida es la serie, convertida en un montón de diálogos ingeniosos pronunciados a toda velocidad. Personajes perdidos que recitan sus teorías de la ética periodística cuando antes teníamos a Will, el fiscal reconvertido, como ejemplo de lo que se podía hacer y lo que no. Muestra, no expliques. A nadie le importa con quién se acuesta Sloan ni quién va a comprar la empresa.

La tercera temporada ha transcurrido durante dos capítulos con McAvoy en un marcado segundo plano. El tercer capítulo, y esto es un spoiler, parece que le va a devolver a donde debe: el protagonismo. La última frase del martes fue: "Quizá no soy una estrella tan grande de la televisión como pensaba" y esa es una frase que debe repetirse todo el mundo cuando le entran ataques de autocompasión. Quizá, después de todo, tenemos lo que merecemos y no lo que creemos merecer. Igual que un ludópata lo que más odia en el mundo es ganar porque eso prolonga su agonía, a un aspirante lo que más le fastidia es que le hagan un poco de caso porque cree que todas las puertas se van a abrir al momento y eso no suele pasar.

Mucho mejor el dinero perdido y el rechazo constante. Al menos en términos de salud. Así uno ya no tiene excusa para no rendirse y, con suerte, empezar cualquier otra cosa en cualquier otro sitio.

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Las medidas de Mariano Rajoy contra la corrupción llegan el día después de que no fuera capaz de echar a Ana Mato de su gabinete. En ese sentido, pierden toda credibilidad. Por supuesto, podríamos retrotraernos a muchos casos anteriores en los que Rajoy se ha puesto de perfil ante flagrantes irregularidades del partido que preside, pero nunca el ejemplo ha sido tan inmediato: ayer mismo, nada más saberse el auto del juez Ruz, que, en sí mismo, no es más que la gota que colma un vaso ya a punto de desbordarse desde hace meses, Rajoy podría haber anunciado el cese inmediato de Ana Mato. Esperó, en cambio, a que las presiones bajo mesa provocaran su dimisión.

Eso no es arbitrario ni casual. Eso es política. Un hombre que se va a presentar al día siguiente como adalid de la regeneración -en Madrid lo es Aguirre, recuerden- debería haber llegado al Congreso dando un golpe de autoridad: "Esto es lo que hago yo cuando en mi gobierno hay gente vinculada con la corrupción". No hacen falta leyes ni consensos: se anuncia el cese y punto. Sin embargo, Rajoy, como Bartleby, prefirió no hacerlo y mandó ese mensaje inquietante de que una cosa es lo que se dice y otra lo que se hace. Pedro Sánchez, que se perdía constantemente en el discurso, le reprochó que su actuación estaba completamente fuera de la realidad y tenía razón. Todo llega tarde y suena a viejo, a mínimos que ya deberían haberse aprobado hace mucho tiempo.

El problema de Pedro Sánchez es que él mismo huele a viejo, igual que Podemos, igual que Díez, igual que Lara. Alguien que se escandaliza públicamente por lo que votó con la cabeza gacha y el dedo presto a cumplir las órdenes que fueran hace solo tres años es alguien que no merece confianza. Un regeneracionista "de palo". Yo, insisto, le pediría a la política española algo de alegría. Hace poco en Facebook me decía alguien que no me había enterado de nada del 15-M aunque hubiera estado en el 15-M. Es posible. A lo que se ve fue un movimiento indignado, agrio, profundamente de izquierdas y conscientemente antisistema, lleno de caceroladas y pancartas.

A mí me pareció otra cosa completamente distinta: algo nuevo y divertido. Lo dicho, estaría en otro mundo.

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Quizás el libro sobre Estudiantes y Real Madrid debería tener más páginas en torno a la figura de Ignacio Pinedo. Mi generación lo conoció ya pasados los 60, muriéndose en el banquillo del Real Madrid después de toda la bronca de la plantilla con Brabender. Pinedo, en la investigación, resulta fascinante: compañero de Saporta en el Liceo Francés, jugador del Real Madrid de los portorriqueños, ganador desde el banquillo de la dos primeras ligas nacionales y ocho años entrenador del Estudiantes desde 1964 a 1972, con dos subcampeonatos de liga incluidos. Después, un extraño despido, unos años en la selección junior, por la que pasaron casi todas las estrellas de los 80, una etapa en el Inmobanco, por entonces filial del Madrid, y, por último, tras su paso por el Caja de Ronda, las dos semanas en las que clasifica al Madrid para la final de la Korac y acaba sufriendo un infarto en directo en el partido de ida.

Muere cuatro meses después sin llegar a salir del coma. ¿Tiene una historia o no?

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A las 8 de la mañana llevo ya casi una hora despierto, consultando la hemeroteca de El País. El Niño Bonito acaba de despertarse y está algo agitado, peleándose con su ranita y su tortuga, sus pasatiempos habituales. Acabamos los dos viendo Baby TV, ese universo de tranquilidad donde Draco nunca se entera de nada y a Henry siempre le toca buscar la comida porque en el restaurante no quedan ingredientes. Todo el mundo es feliz y quiero pensar que mi hijo también porque se calla y mira atentamente.

También puede ser que todo el mundo sea idiota y mi hijo también, pero si ese es el precio a pagar, igual compensa.