martes, julio 29, 2014

Alta fidelidad


Lo malo de Nick Hornby como escritor es que me recuerda a mí, y digo "lo malo", obviamente, porque es un tío que acostumbra a dejarme a medias: paso las hojas con cierto interés, me engancha en la conversación, sí, pero cierro el libro con esa sensación ingrata de que no me ha cambiado la vida y, lo que es peor, que ni siquiera lo ha intentado aunque sea un poquito. "Alta fidelidad" es uno de los cuatro libros que me llevo al chalet y es el último que acabo: su protagonista es un gilipollas y no acabo de estar seguro de que Hornby quiera que yo piense que es un gilipollas. A veces me da la sensación de que todo ese rollo de "chico inmaduro con buen corazón" va en serio, cuando lo que se ve en la novela es a un egomaníaco depresivo, profundamente misógino y con un comportamiento de acosador que roza el maltrato.

El personaje de Rob Fleming como arquetipo del hombre que detesto, el hombre que supongo que fui en la adolescencia, quizás en algún momento de mi primera juventud, pero que es insostenible desde el momento en el que sabes que te estás comportando como un gilipollas y que eso hace daño a la gente. El pasivo-agresivo. Que la novela fuera tal éxito, que la adaptación al cine se convirtiera en un clásico es algo que se me escapa y que en parte me da miedo: la empatía con esa clase de tío me da miedo, en serio. Es bueno tenerlo delante para poder huír, pero es complicado tenerle cariño y eso que yo le he tenido cariño incluso a Ignatius J. Reilly.

Por lo demás, ya digo, es un libro que engancha como engancha el tedio, el diario de un adolescente y sus continuas torpezas. No es lo peor que he leído en estos días. Tampoco tengo claro que sea lo mejor, porque el libro de Félix de Azúa -"La historia de un imbécil contada por sí mismo"- tiene momentos aunque haya envejecido tan mal y la historia de la literatura portátil de Enrique Vila Matas mantiene ese atractivo de no saber cuánto de lo que te está contando es estrambótico pero real y cuánto es directamente un invento. Lo típico en Vila Matas, vaya, ahí su encanto.

Del cuarto libro, mejor no hablamos. Los escritores tenemos que esforzarnos en escribir cosas mucho mejores, pero las editoriales deberían establecer unos filtros mínimos de calidad o si no esto se va irremediablemente al garete. A veces rozamos el ridículo y no hay por qué.

La vida de chalet, igual que en años anteriores, ha sido una vida literaria pero no solo literaria: por las mañanas, la Chica Diploma y yo cogíamos cualquier sombra y sacábamos a pasear al Niño Bonito, siempre en su pequeña mochila, hecho un bicho bola y dormido con la nariz contra mi pecho. Por las tardes, yo buscaba patatas bravas por los bares del pueblo mientras ella intentaba alejarme de toda tentación.

Cuando tu hijo se porta bien es más fácil querer a todo el mundo y la verdad es que el Niño Bonito poco a poco se va portando como una personita, con su hambre, su aburrimiento y su cansancio, pero sin abusar del dramatismo. Ya podemos incluso dejarle tirado en el sofá y confiar en que el propio techo le calme. A veces me lo como a besos y a veces me entra un miedo horrible a no verle crecer, a que cualquier cosa se me lleve antes por delante y el niño ni siquiera me recuerde, no recuerde sus vómitos sobre mis camisetas, no recuerde mis silbidos ni mis canciones ni mis discursos todo serio mientras a él se le salen los ojos de las órbitas.

En general, ese es el mejor momento del día: cuando el Niño Bonito está tranquilo y en mis brazos y yo me pongo a hablar con él de mis cosas o de Gaza o de Pablo Iglesias y él sigue mirando al infinito con la boca abierta, completamente absorto y a la vez desconcertado. Entonces le digo todas las cosas buenas que le esperan y todas las malas que le acechan, que es una manera de decírmelo a mí porque él obviamente no se entera aún de nada y así vamos pasando el día o la tarde o la noche siempre que no se acuerde de repente de que tiene hambre, mucha hambre, una hambre loca, una hambre que le obliga a gritar como un loco en busca de leche materna, todo en cuestión de dos minutos, lo que tarda su madre en venir, darle la teta y dejarle como un morfinómano en Embajadores.

sábado, julio 19, 2014

Blurred lines



Cuando nos preguntaron por qué escribíamos, o, más bien, qué cosas nos decidían a escribir, yo contesté: "Cuando de repente llega un momento en el que todo tiene sentido". No pude explicar mucho más y a mi profesor no le gustó la respuesta, pero era verdad: corría la primavera de 2003 y yo vivía de momentos, vivía inconexo, y, sí, de repente, surgía esa hora, esa visión, ese comentario, ese beso que hacía que todo lo demás tuviera sentido y que hubiera una historia pequeña esperando a ser contada.

No saben cuánto lo echo de menos porque ahora mi narrativa, y con esto no me refiero a lo que escribo sino a lo que vivo, es mucho más pesada y mucho más ansiosa, un montón de instantes que pasan de largo y solo recuerdo unos años después, como para encima andar buscando sentidos. Aquello, supongo, fue una sobredosis de realidad, de inmediatez, y con el tiempo esas cosas se pasan aunque vuelvan de vez en cuando, fugazmente, mi hijo dormido en mi regazo mientras mi preciosa mujer duerme en el sofá y Madrid amenaza tormenta, brisa de Santander entrando por la ventana del dormitorio y llegando hasta el salón.

Pararlo todo ahí. Pararlo en el Niño Bonito dormido y la Chica Diploma dormida y verlo como un principio o como un fin en si mismo pero nunca como un lugar de paso. No puede ser un lugar de paso.

Y sin embargo, desgraciadamente, lo es.

En mi mano, sorteando la cabeza de Álvaro, tengo el libro de Luis Fernando López sobre los años gloriosos de la selección de baloncesto. Es un libro maravilloso, el gran libro de esa generación, la reconciliación de filias y fobias, secretos y verdades. Un libro inteligente, además, el libro que yo pretendía escribir este verano y que no podría haberlo hecho sin todos los detalles que Luisfer maneja a la perfección, aunque supongo que su temeridad le costará más de una advertencia.

Uno de los capítulos, inevitablemente, remite a la final de los Juegos Olímpicos de 2012, y de repente recuerdo que yo vi con mi padre y mi tía Ana un partido de preparación entre esas dos selecciones para ese torneo. Que estábamos los tres en casa de mis abuelos -para mí serán siempre "mis abuelos" digan lo que digan las tumbas- y que yo le explicaba a Ana las debilidades en el juego interior de Estados Unidos mientras mi padre sonreía cada vez que la realidad me llevaba la contraria y se quejaba de un dolor difuso en el hombro, un dolor que nos hizo temer una metástasis en el corazón o en los propios huesos y que le acompañó hasta su muerte, menos de un año después.

Ana le hacía masaje; incluso yo, de vez en cuando, ayudaba. Los dos sabíamos que se iba a morir. Él no tenía ni idea. Ni de eso ni de cosas mucho más feas.

En cualquier caso, aquel verano tenía en común con este varias cosas: la primera, y la esencial, que fue un verano robado. Que nunca pareció verano, vaya. Hoy escribía un amigo en Facebook que no recordaba un día de julio tan frío en Madrid pero yo caminé bajo la lluvia y el viento, congelado, por Malasaña, intentando encontrar un volante de Adeslas perdido en la batalla. Yo sí recuerdo julios horribles y quizá recordarlos momento a momento sea demasiado. Sacrificas unas cosas por otras. La cordura por la felicidad, porque probablemente la felicidad se parezca a un sábado de julio con tormenta en el ventanal mientras tu hijo boquea y tu esposa descansa a tu lado.

Solo que a veces la felicidad te pilla saturado y, si se aburre, amenaza con dejar de hacerte caso mientras tú lloras viendo vídeos de "Get lucky" o sonríes escuchando canciones banales, como todo, canciones que despiertan a tu hijo, a tu mujer y a alguien que llevas dentro y que por suerte o por desgracia, apenas reconoces.

miércoles, julio 16, 2014

Paper planes


Es una mañana dura. Tan dura que cuando me encuentro frente al vídeo de M.I.A. me acabo echando a llorar, especialmente en la parte del post-estribillo, por así llamarlo, la de "Some, some, some, I some I murder, some I some I let go". He dormido mucho pero estoy agotado. El niño acaba de mearme en el brazo, aunque la verdad es que cada día se porta mejor. Quizá el problema después de todo esté ahí, en la falta de urgencia. Cuando un niño llora todo el rato no tienes mucho tiempo para pensar, lo único que puedes hacer es volcarte para que se calle, para que esté más relajado, para aliviar cualquier dolor...

Lo complicado, como siempre, son los puntos medios. Cuando crees que todo ha pasado pero solo ha pasado la mitad y eso si llega. Así, terminas preparando un guion para la radio sobre el Festival de Benicassim y te encuentras con la canción que tenías en tu móvil durante los años raros, la canción que terminaba la novela que escribiste con una pasión imposible y que nadie ha querido publicar. Entonces te vienes abajo y yo creo que es normal, le ha pasado a todo el mundo en algún momento: la sensación de que tus hijos, tus obras, merecen más consideración de la que tienen, sea eso verdad o mentira, que no viene en absoluto al caso.

Aquella novela se llamaba "La estética del francotirador" y es un puñal más que una espina clavada. Vivimos tiempos extraños. Tiempos en los que no solo trabajas por dos duros sino que algunas facturas ni te las pagan y tienes la sensación de que ya con que te contestaran una llamada, un email o un mensaje de texto la cosa estaría bien. Odio las esperas y desde luego odio que me hagan esperar, por mucho que sepa que es inevitable. Ayer le decía a la Chica Diploma -a ella y a quien quisiera oírme porque ya digo que ayer fue un día tela- que lo peor no era acostar al niño a las dos de la mañana después de conseguir que dejara de llorar y cerrara tranquilo los ojos, lo peor era saber que te ibas a despertar al día siguiente con el niño llorando otra vez.

El desgaste.

Luego quedan las inseguridades que se mezclan con el sueño y el cansancio y se traducen en la cantidad citada de preguntas sin respuesta, emails nunca contestados. Mi madre me escribe desde el norte y me dice que le está encantando Pablo Gutiérrez. No me extraña porque Pablo es un autor maravilloso y eso deprime aún más, porque, sí, yo me quejo por todos los mediocres trepas que han hecho pandillita y han conseguido un puesto que en mi soberbia arrogo para mí, pero ¿qué cara se me queda cuando veo el enorme talento de Pablo o de tantos que escriben muchísimo mejor que yo y no tienen tampoco la oportunidad de ganarse la vida con esto? Es complicado y siempre lo ha sido, pero ahora el ego es mío y estar fuera de la carrera causa ansiedad por mucho que sea una carrera de ratas.

martes, julio 15, 2014

Michelle, ma belle



A las doce de la noche aún hay niños subiendo a cenar o a dormir o a jugar a la Wii. Ventajas del verano en Planetario, junto a las vías de la antigua estación de Delicias, hoy Museo del Ferrocarril. El Niño Bonito no quiere perderse nada y está con los ojos como platos en su mochilita, a veces mirándome a mí, a veces mirando el entorno, todo el entorno, con ese aire de curiosidad y de sentirse a salvo que se le pone cuando su madre o yo le llevamos encima y que se le pasa inmediatamente cuando tiene que lidiar él solo con las expectativas.

Pronto empieza.

Es un niño con un punto desconcertante, el típico que te acaba volviendo loco sin querer. Llora como si se le rompiera el alma y en cuanto le atas a tu tripa, se calma por completo. Si no se calma de inmediato basta con andar un poco por la calle. Las inseguridades pueden mucho más que los reflujos, eso a cualquier edad. En cualquier caso, ahí estamos los dos, dando círculos por unos treinta metros de calzada que hago en las dos direcciones, cruzando la carretera vacía como un nudo de Moebius y lo que da un poco de rabia es que sea un vínculo que él no recordará nunca, un vínculo que quiero creer que existe de alguna manera, que él sabe que está, no ya con la figura cultural del padre. pero sí con alguien que lo protege.

En medio, una buena ración de llantos y un Tour de Francia. Mes de julio, insisto. Doy un paseo por Callao para colocar estratégicamente mis libros en los distintos establecimientos y charlo un rato con Antonio Rodríguez sobre baloncesto y vida en la cafetería de La Central. La sensación es de cierto ahogo, no sé, ¿recuerdan aquella escena de "La guerra de las galaxias" en la que acababan todos en una trituradora? Pues algo parecido. Las paredes se cierran y eso ahora no es un problema pero tiene toda la pinta de que acabará siéndolo salvo que venga Han Solo y ponga un palo gigante en medio.

En eso estamos todos, buscando a Han Solo o buscando el palo gigante. El tema de nuestro tiempo.

El otro día hablábamos con dos amigos de la Chica Diploma sobre el abismo generacional. Sé que esto puede ser injusto así que no lo voy a exponer como una teoría social sino como un simple comentario de algo que ocurre a veces. La conversación tenía que ver con la necesidad o no del funcionariado o de qué controles tendría que haber para asegurarse de que alguien que tiene un trabajo de por vida, con un horario establecido y unos derechos laborales, efectivamente cumple su trabajo. El "funcionario" no tiene que ser solo del Estado, por cierto, que hablamos más bien de una cuestión de actitud.

El problema, dije yo, hijo y nieto de funcionarios y funcionario interino durante cuatro años de mi vida, era el extremo opuesto. Que nos hayamos acostumbrado a trabajar bajo la presión de las horas extra no remuneradas, los sueldos de mierda, la precariedad que impide construir un futuro y el ataque de ansiedad constante. Que, además, hayamos decidido entrar en la rueda como dóciles corderitos y no contemplemos otras salidas. Tiene que haber un término medio entre el funcionario de Forges y el dependiente del Burger King. Tiene que haberlo y no es cuestión de eliminar sin más ambos extremos o abrazarse enamorado.

Nuestros padres tuvieron un acceso al mercado de trabajo que nosotros, en líneas generales, no podemos ni soñar. Ni soñar. No es una gran noticia para nadie. Para nosotros, desde luego que no. Para ellos, tampoco, porque no sé quién les va a pagar sus pensiones. 

De mi pensión o de la pensión de mi hijo, mejor ni hablo. No me lo planteo. Creo que nadie de mi generación se lo plantea: jubilarnos antes de los 70 y que el Estado nos pague algo. No, sinceramente, no me lo planteo porque no va a suceder. Algunos creen que ser padre consiste en acostumbrar a tu hijo a la vida dura o al menos que no se acostumbre a la buena. Lo que los ingleses llaman "spoil" y nosotros llamaríamos "mimar" o "malcriar". Mi enfoque es el contrario: si ahí afuera le espera la que le espera por lo menos que disfrute de la burbuja y que sus padres se turnen para subirlo a la Marsupi y silbarle el "Michelle, ma belle" muy lento hasta que se duerma. Por lo menos eso: hacer de Han Solo durante unos cuantos años mientras rebuscas entre la chatarra.

lunes, julio 14, 2014

Alemania 1- Argentina 0. La realidad pudo a la ficción


Las dudas que rodeaban a Alemania tenían que ver con su capacidad para competir. Hablamos de una generación histórica, de las mejores que hayamos visto nunca, mezcla de jugadores de los dos equipos que han dominado Europa en los últimos cuatro años: el Bayern de Munich y el Borussia de Dortmund. Analizando uno a uno a los jugadores, pese a la baja de última hora de Marco Reus, un jugador que él solito estuvo a punto de eliminar al Real Madrid de la Champions League, el equipo presentaba una profundidad poco habitual en una Copa del Mundo.

Sin embargo, seguía siendo un equipo sospechoso: en 2006, jugando en casa las semifinales contra una inesperada Italia, el germen de esta generación cayó en la prórroga. Aquello podía ser un desliz de juventud si no fuera porque se repitió demasiadas veces: en 2008, derrota ante España en la final después de llevarse por delante a la correosa Turquía en semifinales; en 2010, derrota de nuevo ante España en semifinales después de arrasar a la Argentina de Messi en cuartos de final y en 2012, la cuarta gran derrota, de nuevo ante la Italia de Balotelli tras un campeonato que les tenía como máximos favoritos.

En la suma de los cuatro partidos, el equipo alemán no marcó ni un solo gol.

¿Habría tiempo para un nuevo intento en 2014? Insisto, la calidad de los jugadores, la fiabilidad de su estilo de juego apuntaba que sí, pero cierto pesimismo se cernía sobre un grupo que venía del peor año posible a nivel de clubes: hasta tres equipos alemanes cayeron con mayor o menor rotundidad ante el Real Madrid, con el Bayern de Munich, núcleo de la selección y finalista de la Champions tres veces en el período 2010-2013, humillado en su propio estadio.

Y, sin embargo, el discurrir de los alemanes ha sido ejemplar: encuadrados en un grupo más que peligroso, la selección de Joachim Löw empezó el campeonato metiéndole cuatro a Portugal, siguió empatando en un partidazo con Ghana y acabó la primera fase evitando el tongo y ganándole a Estados Unidos. Su primer partido de eliminatorias fue decepcionante: ante Argelia en octavos de final. Una victoria en la prórroga que ocultaba un dominio contundente durante el partido. A partir de ahí, sus rivales fueron tres monumentos de la historia del fútbol: Francia, en cuartos; Brasil, en semifinales; Argentina, en la final.

Visto en perspectiva, el Mundial de Alemania ha sido espectacular y la final no le ha quedado a la zaga. Muchos pensaban, casi daban por hecho, que se llevarían por delante a Argentina, pero Argentina llevaba cuatro partidos y dos prórrogas sin encajar un gol y eso no es ninguna tontería a este nivel. No fue un paseo, pero fue un triunfo justo: mayor dominio del juego, mayor iniciativa y mayor sensación de peligro. Por supuesto, Argentina tuvo sus opciones al contraataque pero las desperdició básicamente porque sus delanteros, Higuain y Palacio, no están al nivel de una final de esta categoría.

Parémonos un momento en Argentina, ya que estamos. Pocas veces ha habido un finalista con menos recursos futbolísticos. Su trayectoria ha sido agónica: prórroga ante Suiza definida en el último minuto, gol de Higuain y punto ante Bélgica para llegar a semifinales y partido atroz ante Holanda decidido en los penaltis. Con todo, hay que reivindicar el mérito de un equipo que ha creído en sí mismo por primera vez en muchísimos años. Argentina empezó el Mundial con tres estrellas muy definidas: Messi, Agüero y Di María, un eterno aspirante como Higuain, y un montón de fontaneros. Sus centrales eran Garay, ex jugador del Racing de Santander y ex suplentísimo del Madrid en sus mejores años, y Demichelis, un jornalero cumplidor. Como portero, el suplente del Mónaco.

La primera lesión de Agüero influyó en el grupo pero la de Di María en cuartos fue letal y dejó a Mascherano como único líder del equipo. Cuando Mascherano es tu líder tienes un problema porque Mascherano, por mucho que se empeñen en Telecinco, no da para tanto. Un excelente jugador de relleno, un enorme luchador, un tío que se ha ganado muy bien la vida combinando la posición de central con la de pivote defensivo, pero en ningún caso una estrella de este deporte. Ni de lejos.

La estrella debería haber sido Messi y de ahí la gran cantidad de críticas y mofas que tendrá que aguantar en los próximos meses. No, Messi no ha estado a la altura y es preocupante porque ya no vale la teoría de la implicación o "las ganas". Messi se moría de ganas de levantar la Copa y acabar de una vez con todos los debates. Soñaba con ello. Simplemente, no podía. Cada trote cochinero de Messi en el campo, cada deambular andando por el medio del campo mientras los rivales y compañeros pasaban a su lado a otra velocidad era solamente el espejo de una debilidad física que no parece ir a menos sino al revés.

Durante el año se dijo que Messi se reservaba para el Mundial o que se negaba a correr mientras cobrara menos que Neymar. Solucionados ambos problemas, Leo sigue sin presionar más que en situaciones desesperadas, sigue sin la explosividad que le permitía el segundo de más para pensar la siguiente jugada y en el Mundial aguantó dos partidos y medio, porque al tercero lo tuvieron que cambiar en la segunda parte. Estamos ante un jugador desfondado y con cinco lesiones musculares seguidas y demasiado frecuentes. Obligado a jugar casi 80 partidos al año -obligándose a sí mismo a jugarlos más bien- durante cinco temporadas consecutivas, la imagen de Messi es la de un jugador agotado y cojo. No cojo de camilla, de acuerdo, pero cojo de no tener fuerza en las piernas.

Ante una situación así, uno puede atacarle o puede defenderle o puede intentar simplemente aceptar las cosas como vienen: con 27 años, Messi ha sido finalista de un Mundial y una Copa América, campeón de un Mundial Sub 20 y unos Juegos Olímpicos. Con su club suma 6 ligas, 3 Champions, 2 Mundialitos de Clubes, 2 Copas del Rey y no me voy a poner a contar cuántas Supercopas españolas y europeas. Todo ello, con él como estrella y jugador decisivo. Insistir en que es un jugador que se esconde en los momentos decisivos es tan ridículo como aquello de que Cristiano Ronaldo no le marcaba nunca al Barcelona justo antes de empezar a metérselos de dos en dos.

Un Mundial en 2010 habría tenido un Messi distinto, pero el Mundial es lo que tiene: no te espera. Para muchos es un asunto vital colocar a Messi en tal o cual lista, poder ponerle en todo lo alto o relegarle a un quinto o sexto puesto. Eso está muy bien y no voy a negar que el fútbol tiene un punto de concurso de popularidad, pero no sirve de mucho: si han disfrutado de Messi, valórenlo. Si lo han sufrido, aprovechen para la revancha. Todo ello se sale por completo de cualquier análisis futbolístico.

En definitiva, lo que queda es un dignísimo finalista y un excelente campeón. No sé por qué ha habido cierto remilgo a la hora de alabar a la selección alemana. Supongo que por lo de siempre: unos que tienen miedo de que el triunfo alemán se asocie a Guardiola y otros que tienen miedo de que el triunfo alemán se asocie a Khedira, Kroos y otros jugadores de futuro, presente o pasado madridista. Ha ganado bien, con la exhibición histórica de semifinales incluida, un Mundial de calidad muy aceptable. Sin grandes estrellas, sin grandes equipos, sin grandes sorpresas... pero con un puñado de partidos vibrantes. Basta con ver lo que nos escandalizó a todos el 0-0 entre Argentina y Holanda para darnos cuenta de dónde estaba puesta nuestra expectativa.

sábado, julio 12, 2014

Las cuatro y diez


A mí me faltó calma para tener un amor adolescente. Astucia, que diría Andrés Barba. Disparaba en demasiadas direcciones y la ansiedad se huele. Si algo echo de menos probablemente sea eso: la intimidad, la complicidad de descubrir el mundo juntos, la anécdota que se recuerda toda la vida. Yo fui muy enamoradizo de niño y aún más de adolescente, pero fueron amores tristes por frustrados; amores literarios, si quieren, pero poco más, y eso a la larga no vale.

Cualquier amor me hubiera valido, por ejemplo uno de película matinal y chica que espera a que llegues de clase sin moverse de la mesa. No sé, me parece todo tan tierno...

La Chica Diploma no está tan de acuerdo porque ella tuvo varios amores adolescentes y supongo que la realidad supera la estética. Los malos momentos son terribles, pero los buenos... los buenos dan para canciones sobre recreos de instituto y academias de francés, todo lo que yo escribo aquí o recuerdo de noche, pero además compartido, la complicidad de enseñarse las fotos de los niños muchos años después.

Lo cierto es que yo no tuve amores adolescentes ni amores infantiles porque de mí no se enamoró nadie. Insisto en que no dejé demasiadas oportunidades porque acercarse a abrazar a un francotirador es una cosa muy complicada, pero permítanme la nostalgia y la cara de perrito abandonado que se me ha quedado desde entonces. Antes de llegar al instituto, con 13 años, me cogía de la mano de una chica en los Juan de Austria y nos colocábamos las cabezas en los hombros. Por lo demás, todo hace indicar que teníamos miedo, porque la cosa no fue más allá, cuando salíamos de la tiniebla volvía una normalidad absurda.

Si tuviera que recordar amores con aire de pubertad tendría que remontarme a Grecia con 16 años -y aun así, todo lo que nos rodeaba funcionaba tan rápido, tan imposible, tan feo- o a Prosperidad con 24, canciones de Jorge Drexler y canciones del propio Aute: "Anda, quítate el vestido, las flores y las trampas..." en chats con la Chica Ratón. Todo lo que rodeaba a la Chica Ratón era inocente y bonito y yo me dediqué a ensuciarlo con mi arrogancia. A veces entiendo que no me perdonara nunca, a veces la odio por no perdonarme.

En cualquier caso, echo de menos ese inexistente primer amor como se echa de menos en las canciones de Sabina, una añoranza de lo vacío. Lo echo mucho de menos, en serio. A veces pienso, y sé que esto va en contra de todos mis manifiestos de paternidad pero supongo que es imposible no pensarlo, que quizá vaya el Niño Bonito y de alguna manera se vengue por mí. Que él sea todo lo feliz que yo no fui y que le pasen todas esas cosas maravillosas que te pasan cuando no sabes lo que viene después, cuando de verdad no lo sabes. Que quieras y que te quieran, como en una película ñoña de Ewan McGregor. La seducción, el juego, la angustia.

Álvaro -y de alguna manera, insisto, yo- con las manos temblando en la orilla de un río, campamento de verano, dejando que el frío aclare las ideas y encuentre las palabras precisas para que la chica esta vez diga que sí.

Y que luego el corazón se le rompa mil veces, claro. Como debe ser. Como merece la pena.

domingo, julio 06, 2014

Luces de neón



Fer Heads y yo en la parte de abajo del Colonial. "Está vacía", nos avisan Álex y Rafa antes de coger las copas y bajar las escaleras, pero eso es exactamente lo que queremos, una sala vacía donde poder hablar y ponernos nostálgicos. En los altavoces suena "El secreto de las tortugas", de Maldita Nerea, una canción que me gusta sin poder dar una explicación sensata al respecto. Fer ha pedido un ron especial porque siempre ha sido muy generoso con las recomendaciones y yo pido un JB con Coca-Cola pese a todo: pese al estrés, el estómago revuelto, los retortijones...

Es madrugada del jueves al viernes. Vengo de la radio y voy a la radio. El Niño Bonito se ha quedado en casa con su madre y con su abuela y yo me he lanzado directamente a la bebida. Es probable que lo haga más veces; el martes, sin ir más lejos, cuando volvimos del hospital me di a la tortilla de patata sin misericordia, como un yonqui hambriento. No está siendo fácil, eso es todo, y el niño no tiene la culpa y mucho menos la madre, que hace lo que puede por cuidar de los dos y de sí misma, pero fácil no está siendo y esto ya va más allá de la comunicatividad, es un Defcon Uno en toda regla. Mi casa convertida en un campo de batalla con ruido de misiles cayendo generalmente sobre el cambiador.

En fin, volvemos, Fer Heads y yo en el Colonial y cuando uno entra en el Colonial, nueve años después, sigue teniendo esa sensación de estar en un sitio especial. Un sitio que te cambia la vida es un sitio al que le tienes que estar agradecido siempre, y a mí me gustaría que lo supieran, que gracias, que a lo mejor me paso un año sin ir, pero gracias. La última vez, de hecho, creo que me despedía de soltero y ahora, aquí estoy, estrenándome de padre.

Lo curioso del caso es que cuando Fer y yo nos ponemos nostálgicos lo que recordamos es otra cosa, una cosa que tiene que ver con el Colonial pero de manera tangencial. Lo que vino después de la explosión. La inercia, si quieren, pero vaya inercia, qué velocidad... Fer apenas recuerda de 2005 a 2007 aunque estuvo mucho más de lo que él cree y yo lo recuerdo con alegría excepto cuando me parten la cara, que no me hace ni puta gracia, menos mientras intento esquivar balas, pero lo que los dos recordamos con entusiasmo, con un entusiasmo que nos desborda la cara, incluso una cara cansada de dos de la mañana, es aquella locura de 2007 a 2009, hasta que la Chica Portada se fue del país y yo enfermé.

La locura sin juicio de la primera copa en el Colonial, la segunda y la tercera en el Top of the Pops y a partir de ahí lo que fuera en la planta de abajo del Honky: de Arcade Fire a Bloc Party a Casabian a Stereophonics. Cuando cada canción significaba algo y ahí estábamos los cuatro, porque esta es una historia de satélites pero sobre todo es una historia de estrellas: el "Big Three" y su veterano entrenador, sin edad ya para arrastrarse por las pistas. Cada noche había dejado de ser imprevisible y había pasado simplemente a ser divertida. ¿Ustedes saben lo que es eso? ¿365 noches de diversión sin juicios, sin intrigas, sin frustraciones?

Por supuesto, Fer y yo queríamos ligar con la Chica Selectiva y la Chica Portada. ¿Quién no hubiera querido? Eran preciosas y sencillamente encantadoras. Pero aceptamos nuestro eterno "no pudo ser" con una elegancia tremenda. La misma que mostraron ellas en sus rechazos. Así que lo que nos quedaba era la música y un juego que no iba a llevar a ninguna parte, que es el juego más divertido. Nos abrazábamos y cerrábamos los ojos y nos prometíamos cosas que a veces pienso que no cumplimos y otras veces pienso que estuvimos tan cerca de cumplir que deberíamos sentirnos orgullosos.

Estábamos muy perdidos. Sé que al menos uno de los cuatro dirá que no, pero yo la sensación que tenía entonces era que aquello funcionaba porque estábamos muy perdidos y necesitábamos tres guías para que no fueran treinta.

En fin, eso fue hace mucho tiempo y cualquier día nos junta María Teresa Campos en plató para recordarlo junto al Torito, pero supongo que es bonito volver a ello y a la vez es imposible no echarlo de menos. De una manera abstracta, claro, porque es lo que digo siempre: las noches sublimes eran sublimes, chocolate con churros en San Ginés con fotógrafas que se parecían a Inma del Moral, pero las dolorosas eran terribles y eso no puede olvidarse bajo ningún concepto. Ahora queda el reto de combinar el recuerdo con la realidad y no sentirse un poco atrapado. Para ello, obviamente, sería necesario dormir más, que el Niño Bonito se calmara un poco -no es su culpa, lo sé, no es su culpa- y que así la Chica Diploma y yo pudiéramos continuar nuestra Luna de Miel aunque fuera un año más tarde.

Porque, ya se lo dije a Fer, que todo está muy bien si a los 34 años se te cruza la Chica Diploma en tu vida. Si no, la cosa pierde bastante sentido.

miércoles, julio 02, 2014

Reflujos del Niño Bonito



A nuestro lado, o más bien cerca de nosotros, en la misma habitación pero en el ángulo contrario, una niña le dice a su madre: "Mamá, me duele; mamá, no puedo más" y lo dice sin llorar pero con una desesperación fácil de intuir, casi peor porque es menos rabiosa, más consciente, más "mamá, haz algo, tienes que hacer algo". El Niño Bonito duerme en los brazos de la Chica Diploma o quizá ni siquiera, quizá sigue berreando como en las últimas cinco horas. Algo le pasa a un niño cuando su llanto altera a una unidad de urgencias pediátricas.

Miro a la niña ajena y al niño propio y le digo a mi mujer: "No sé si podré soportar algo así" y ella dice que es peor no saber lo que le pasa a tu hijo pero sigo teniendo dudas, quizás es peor que tú lo sepas y él lo sepa y te pida que lo soluciones porque al fin y al cabo quién coño eres tú si no solucionas problemas. Lo trajiste al mundo para protegerle, esa es tu responsabilidad.

De vez en cuando viene una enfermera muy simpática y lo coge boca abajo y boca arriba y se lo aprieta vertical contra el pecho o lo mece o lo deja sobre una cunita... pero el Niño Bonito no modifica un llanto que no es llanto, que es pura desesperación y alarido, su mano pequeña apretando mi solapa, incapaces de soltarle entre dos, como si supiera que en esa solapa está parte de su salvación, de su consuelo. Él, al menos, no sabe quién soy. Todavía, no. Cuando lo sepa, en ese momento, no habrá marcha atrás y sí, cariño, nos hemos metido en una buena.

Por lo demás, el personal, ya digo, es agradable Tienen que serlo. Yo no soy capaz de aguantar diez minutos de "Mamá, me duele", imaginen a la tercera guardia. Al Niño Bonito le tocan los cojones y las caderas y los oídos y la nariz pero no ven nada raro. Simplemente, un niño que llora. No es normal que llore pero llora. Nos dicen "haberlo traído antes" pero ¿cómo contentar a todo el mundo? Hemos jugado el papel de padres primerizos no histéricos y se nos ha ido un poquito de las manos. Al final, le diagnostican reflujo y le mandan ranitonina. Yo creo que le diagnostican reflujo porque nosotros hemos venido muy convencidos de que era reflujo pero me tranquiliza saber que han tardado cinco horas en darnos la razón y no solo cinco minutos.

Probablemente porque no tengamos razón. O vaya usted a saber.

El caso es que una niña con neumonía, de unos dos años, aspira de una máscara que la ahoga y grita, intenta quitársela, su madre aguanta, le dice: "Es por tu bien, tranquila, es por tu bien" y para evitar el frío nos dicen que esperemos en la sala de lactancia, donde el Niño Bonito no lacta nada sino que duerme, agotado, el ardor o los gases o lo que sea dando una tregua como la que la epidural le dio a su madre en el parto. El Niño Bonito es bonito de narices cuando está tranquilo y contento.

El problema es que no está tranquilo y contento todo lo que nos gustaría. Y obviamente nos sentimos culpables porque si no podemos hacer que nuestro hijo sea feliz, ¿qué clase de personas somos?

Open Windows: Nacho Vigalondo y su continuo juego de espejos


 El combo está preparado como una especie de cuartel de guerra a unos metros de donde se va a rodar la escena. En realidad, lo único que hay que dirigir son los movimientos de una cámara, o, más bien, de un chico del equipo que lleva la cámara y tiene que seguir las instrucciones vía walkie-talkie de uno de los ayudantes de dirección. El monitor aún está en negro, la señal no llega todavía y mientras tanto, el director, Nacho Vigalondo, mira su cuenta de Twitter, refresca las menciones de vez en cuando, se parte de risa, y en un momento dado descubre una foto que le inquieta.

En ese momento vuelve la cabeza hacia atrás, no se sabe si enfadado o simplemente preocupado y le dice a uno de los periodistas que me acompaña: “¿Esta foto la has subido tú?” El periodista admite que sí y le recuerda que le pidió permiso. Nacho suspira aliviado y dice algo parecido a “menos mal, creí que se nos había colado alguien”. Estamos en una fundición a las afueras de Madrid después de varios días de rodaje por la ciudad, antes y después de viajar a Austin, donde se está filmando la mayor parte de la película. De hecho, al borde de las carreteras sin asfaltar, abandonados, hay un par de coches de policía pintados como si fueran estadounidenses, texanos, esa clase de coches que se estrellan unos con otros en las persecuciones setenteras.

Hay un innegable punto de misterio alrededor de “Open Windows”, la película en cuestión. Nacho lo niega en parte, dice “No es algo personal, algo que haya decidido yo, pasa en todos los rodajes”, pero lo cierto es que el secretismo está ayudando a que crezca la curiosidad: ¿Qué hace Sasha Grey tomando copas por la noche en Madrid con Elijah Wood?, ¿de qué demonios va esta película?, ¿por qué las informaciones quedan embargadas por la productora hasta próxima noticia? El escenario es el ideal para el misterio: junto a los falsos coches se suceden montañas y montañas de chatarra y una procesión de naves grises en medio de la madrugada. Todos tenemos que llevar un casco bien ceñido –solo que eso es imposible, mi cabeza es demasiado pequeña o el casco demasiado grande y baila- y seguir las observaciones de los operarios de la fundición.

Elijah Wood, el protagonista, estudia su parte del guion en su roulotte, alejado de un frío horroroso que el resto de miembros del equipo combate con radiadores portátiles. Sasha Grey ha quedado atrás, en el Passenger, día libre dedicado por completo a dar entrevista tras entrevista y mantener una amabilidad propia de Hollywood. “Tiene una paciencia a prueba de bombas”, dice Nacho sobre la ex estrella del porno. “Si supierais la cantidad de chistes que tiene que soportar, sobre todo por Twitter y tal, todos iguales… Son los chistes que yo llamo de “qué risa cuñao”, ese es el nivel. Estoy pensando en abrir una cuenta que se llame querisacuñao@gmail.com para que me manden ahí todos los chistes sobre Sasha y el porno”.

A partir de la elección de Sasha como co-protagonista, podemos descubrir algo de la película: “Era una actriz ideal porque nos daba mucho juego, por ejemplo en un momento de la película, ella, que interpreta a su vez a una actriz, dice al leer un guion: “Es que yo nunca he salido desnuda en una película”. Le da un punto divertido al personaje”. ¿Pero qué personaje?, ¿de qué va toda esta locura de “Open Windows”? Vigalondo hace un pequeño resumen: “Es la historia de Elijah Wood, un hombre fascinado por una actriz y que en un momento dado es tentado por un tipo vía Internet para tener acceso 24 horas a esa actriz”. A la cabeza viene el parecido con “Cómo ser John Malkovich”, pero Nacho prefiere poner el ejemplo de las imágenes robadas a Scarlett Johansson en las que aparecía desnuda. Esa intimidad perdida que se convierte en la propia intimidad del “voyeur”.

Según Nacho, el personaje de Sasha es una chica muy sensual que genera odio y excitación al revés. “Como Lindsay Lohan o Megan Fox”, pone el director como ejemplo, “y solo Elijah Wood puede salvarla o eso cree él”. ¿Salvarla de qué? Tendremos que descubrirlo en el estreno. De momento, lo que sabemos es que la propia concepción de la estructura visual es tremendamente perturbadora. El universo Vigalondo, que a su vez es el universo Philip K. Dick llevado al extremo. La lucha entre la realidad y la percepción de la realidad, tema obsesivo en las conversaciones con el cineasta cántabro y en buena parte de sus largos y cortos. Lo que es y lo que parece. La información difuminada en miles de pantallas que nos dan imágenes interpretables. Un aluvión de sensaciones con un filtro que depende solo del director.

La atención mediática está lógicamente –o no- puesta en Sasha Grey, pero a mí me choca sobre todo la presencia de Elijah Wood en el reparto. Me choca en el sentido positivo: de acuerdo, Wood, aparte de haber sido Frodo Bolsón, ha colaborado en muchos proyectos de bajo presupuesto y algunos de ellos en España, como “Los crímenes de Oxford”, de Álex de la Iglesia o la próxima “Gran Piano”, de Eugenio Mira… pero no deja de ser Frodo Bolsón, el protagonista de una de las trilogías más premiadas y taquilleras de la historia de cine. ¿Cómo se consigue captar a una estrella así?

“Elijah es puro entusiasmo”, dice Nacho, “¿cuántas estrellas aceptan pelis de este tamaño y de esta incertidumbre? Supongo que hay una parte del guion, cuando lo leen, que les puede hacer pensar que la película no les va a hacer ganar dinero –el presupuesto de “Open Windows” no llega a los 3 millones- pero sí les va a dar prestigio, pero sobre todo es una cuestión de ambición, de decir “Hostias, vamos a hacerlo”, que es lo que pasó con él y con Sasha”.

Vigalondo reflexiona. A veces le pasa. Es una escopeta que gana y pierde sentido. Le encanta hablar de su proyecto, de sus influencias, de lo que puede pasar y llegado el momento, pausa casi dramática a la luz del radiador, mientras se sirve la cena en una carpa gigante, dice “La verdad es que me siento afortunado. Pensar que he hecho ya tres películas me parece increíble, no tengo nada claro que el futuro vaya a ser así”. ¿A qué se refiere? No sabe explicarlo exactamente, es más una sensación: “Creo que los que estamos rodando ahora, en 2013, aún con la antigua ley y las antiguas ayudas y compromisos… somos los últimos de un modelo de hacer cine en este país, y que lo que va a venir después no va a ser mejor, precisamente. Puede que se haga alguna superproducción, todavía, pero va a ser muy complicado. Se harán muy pocas películas y con presupuestos muy bajos. Todo esto (y mira a su alrededor, a los contornos nocturnos de la fundición, al ajetreo de cascos yendo y viniendo de un lado a otro) se va a acabar, o va a ser muy infrecuente.”

¿Y si él no vuelve a hacer una película?

“Pues suena un poco dramático, pero con las tres que he hecho al menos podría sentirme orgulloso. Casi me parece un milagro, como si hubiera hecho trampas por tener 35 años y ya tres películas”. La carrera de Vigalondo, como todos sabemos, estuvo a punto de peligrar cuando el famoso incidente de Twitter que le costó el despido fulminante de El País y la retirada de cualquier apoyo por parte del grupo Sogecable a sus proyectos. “Open Windows”, por ejemplo, tiene a Antena 3 detrás. “Fue un momento puntual de mucho miedo, pero miedo de verdad, amenazas de muerte incluidas. Salí en una revista de Israel como si yo fuera un defensor de verdad del holocausto y cuando llamé a mi agente en Estados Unidos, que es judío, para explicarle todo, la verdad es que me daba un poco de miedo su reacción pero se partió de risa, no se lo podía creer. Me dijo que todo parecía un episodio de “El Show de Larry David”. Ahí me di cuenta de que, bueno, iba a ser incómodo, iba a durar un tiempo… pero no iba a ser el fin del mundo. Lo peor es que me pilló en medio del rodaje de “Extraterrestre” y de alguna manera me descentró”.

“Extraterrestre” fue su segunda película, con Michelle Jenner, Julián Villagrán, Raúl Cimas y Carlos Areces. No fue un gran éxito comercial ni de crítica. También es cierto que era una producción muy modesta, sin grandes excesos. Tampoco “Cronocrímenes”, su debut en la dirección de largometrajes, tuvo la repercusión esperada después de una prolífica carrera en el cortometraje que le llevó en 2004 a estar nominado al Oscar por “7:35 de la mañana”. No puedo evitar preguntarme si tiene la sensación de estar ante una última oportunidad. ¿Cuánto tiempo puede durar un director cuyas películas no funcionan bien en taquilla? A Nacho el tema parece no inquietarle, no cree que todo su talento se pueda ver eclipsado en un momento dado por no dar la tecla comercial necesaria. “No se puede contentar a todo el mundo”, dice, como el entrenador que da una rueda de prensa después de un partido, “así que al menos voy a cuidar a los míos”.


Y vuelve al combo, con su casco donde se lee “GORKA SOMOS TODOS”, en referencia a uno de los miembros del equipo. Sasha Grey dice que es el director más entusiasta con el que ha trabajado nunca y que el ambiente en el rodaje es increíble. Sabe crear y dirigir películas. Queda saber si “los suyos” le acompañarán en este viaje de ventanas cruzadas y realidades paralelas.