miércoles, junio 10, 2015

Qualcosa di grande



Recuerdo el anillo. Lo único que había cambiado de un día al otro era el anillo, lo demás seguía prácticamente igual salvo por la narrativa, la estética: una pareja de recién casados en un avión hacia Florencia, los dos muertos de sueño, rodeados de una doble sensación de alegría y alivio. Cuando veíamos que el otro se cansaba más de la cuenta, que no podía con los paseos al Palazzo Pitti o suplicaba una tarde de tranquilidad en la pensión viendo a España perder en el Eurobasket, juntábamos los dedos e invocábamos un poder secreto.

El matrimonio era nuestro juguete, un juguete que nos llevó de la Toscana a La Spezia, de La Spezia a Suiza y de Suiza a Milán. En algún momento del viaje apareció un tercer pasajero pero no dio señales de vida hasta el último día, la tristeza ya instalada en una habitación doble de las afueras, barrio de San Siro, donde la Chica Diploma dormía horas y horas mientras yo actualizaba Twitter para comprobar que el Madrid no le empataba al Atleti.

De aquellos días, los primeros días como hombre casado, quedarán las fotos de los dos delgados y tan guapos como lo hayamos estado nunca, quedarán las anécdotas a los pies de Montecatini Terme. Italia abierta como un universo que ronca. No quedará, sin embargo, el anillo. Lo perdí al poco de llegar y nunca logré saber ni cómo ni dónde, así que me compré otro. El tercer pasajero crecía y crecía y no sé por qué dejamos de juntar nuestras manos para empezar a soñar con coger las suyas, acariciarlo, besarlo, mimarlo, quererlo... Él se quedó toda la energía y más. Nosotros quedamos, reconozcámoslo, un poco apagados, como el que espera un partido de vuelta que no acaba de llegar.

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El problema del nacionalismo, lo que nunca me ha gustado del nacionalismo, es su olvido de la realidad. Esa búsqueda constante de un pasado y un futuro que elimina el presente. Como escapismo está bien, pero, ay, la gravedad siempre gana. Es curioso, por tanto, que los anti-nacionalistas hayan acabado adoptando un discurso parecido: el discurso del miedo a la fantasía que les instala a su vez en su fantasía particular. Ciudadanos, por ejemplo, prefiriendo al PP de Valencia antes que a Compromís, cualquier cosa antes que Compromís, porque Compromís es nacionalista y mucho mejor una panda de ladrones en el día a día que unos posibles estafadores de sueños.

Por lo demás, todo lo que está haciendo Ciudadanos suena a disparate. No ya por las siglas. A mí me parecería muy bien que pactara con el PP en Andalucía y con el PSOE en Madrid. Tendría sentido en un partido regeneracionista y que presume de pragmatismo. Echar a los ladrones y no apoyarles con los votos. Con la Gurtel, la Púnica, los EREs y los cursos de formación aún en los juzgados, la decisión es temeraria. Si Ciudadanos cree de verdad que organizaciones monstruosas construidas al cobijo del poder y la corrupción durante décadas se cambian así de la noche a la mañana es que Ciudadanos es un partido estúpido.

Como no quiero pensar tanto, entiendo simplemente que arrimarse al poder está bien cuando además el poder no quema. Exactamente para lo que fue concebido Ciudadanos, por otro lado, o al menos "reconcebido" en esta repentina eclosión mediática de 2015. Da la sensación de que están haciendo justo lo que UPyD nunca haría: unos ponían demandas y otros sonríen estrechando manos. Lo que marca la diferencia entre la nada y el todo. Algunos dirán que Podemos es peor y que el chavismo y no sé qué. Sí, de Podemos no cabe esperar gran cosa. Yo, desde luego, no espero nada o al menos nada nuevo. De Ciudadanos sí, llámenme romántico, de ahí, supongo, la enorme decepción.