viernes, septiembre 18, 2015

Festival de San Sebastián 2015. I. Regresión


Empieza a preocupar la manía de Amenábar de llegar un poco tarde a los sitios. Igual que "Los otros" partía involuntariamente de la huella dejada por "El sexto sentido", con "Regresión" nos encontramos con una mezcla de "True detective" pasada por "The following", la dudosa serie de Kevin Bacon con la que comparte incluso actor secundario. No hay nada relevante en la historia de la película que no esté contada en los títulos sobreimpresos del principio y los del final. Se podría haber juntado unos con otros, hacer la película más corta de la historia y no nos habríamos perdido gran cosa.

Como Amenábar intenta combinar el suspense con ciertas dosis de terror, como ya hiciera por ejemplo en "Tesis", abusa de tics de veinteañero, al estilo de aquel sketch de "La hora chanante" en el que aparecía en la sala de proyección junto a su productor José Luis Cuerda haciendo con la boca los ruidos de la banda sonora. Hay un exceso de efectismo en "Regresión" que resulta molesto. De creer a la partitura, cada momento de la película sería un pico, una continuidad insoportable de "tachans" que daña la estructura narrativa.

Por lo demás, el parecido con "The following" llega hasta a los actores: Ethan Hawke se pasa la película haciendo de Kevin Bacon, con la misma ropa, los mismos gestos, el mismo atormentamiento constante... No hay nada en el personaje que no hayamos visto antes mil veces y puede que hubiera funcionado igual con una historia más consistente detrás pero este no es el caso. Cuando la vean, si eso, hablamos del psicólogo, porque es un tema como para hablar mucho de él. De hecho, probablemente sea el tema principal de la película: la generación de recuerdos falsos, un tema que ya estaba esbozado en "Abre los ojos" con mayor naturalidad y que, veinte años después, no da mucho más de sí.

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"Pikadero" es otra cosa, mucho más sencilla pero a la vez más trabajada: no tiene grandes pretensiones pero tampoco cae en un humor facilón. La pareja protagonista, Joseba Usabiaga y Bárbara Goenaga, están perfectos, especialmente Goenaga, lo que por otro lado ya no es ninguna noticia. No hay tampoco una gran historia detrás: un pueblo de Vizcaya que se va quedando sin jóvenes, sea porque se van a otros países o porque deciden envejecer demasiado rápido.

Todo esto se podría contar como un drama social, pero Ben Sharrock prefiere no hacerlo así y se agradece. Hay un gran mimo en cada plano, en cada composición de secuencia, en cada encuadre. El gusto por el plano vacío sin personajes mientras sigue o no la conversación en off. Un punto sin duda nórdico en la narración que a veces llega a desconcertar pero que permite que el espectador empatice incluso con los escenarios: la estación de tren, la entrada a la fábrica, la casa de los padres...

El futuro de la película, rodada casi íntegramente en euskera, es difícil de predecir aunque supongo que será complicado. Es una pena porque en lo pequeño hay algo grande: los actores, el guion y una visión estética del mundo. El chico, Gorka, quizá tenga un punto exageradamente Lyona y su relación con Ane se parece en ocasiones demasiado a un vídeo clip de Love of Lesbian pero ni siquiera eso consigue irritarme. El teatro Principal estaba casi lleno, algo sorprendente a las dos de la tarde y la gente aplaudió antes de irse a comer, así que objetivo cumplido.

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La pensión es la misma, la que da apellido a la protagonista de mi segunda novela. La ciudad es la misma, por supuesto, prácticamente sin cambios, de manera que incluso de noche y con prisas consigo hacer el camino desde la estación de tren desviándome apenas dos calles de mi destino. Una vez aquí, la cortesía habitual, la sensación de que no se puede hacer una ciudad más bonita -quizá igual de bonita, pero más es imposible-, una cierta euforia compartida con el triunfo de baloncesto retransmitido en cada habitación y una cena que no llega a ser tal con Nere Basabe.

Nere presentó libro el jueves por invitación de la FNAC y está contenta con la experiencia. Quedamos a la puerta del ayuntamiento y entramos al Viejo buscando desesperadamente una tortilla de patata que no encontramos, así que primero nos sentamos a tomar una cocacola antes de que nos echen con cierta hostilidad del bar y después acabamos tomando albóndigas en una taberna algo extraña, llena de bufandas de equipos de fútbol, donde nos dejan quedarnos hasta casi las dos de la mañana sin poner pega alguna.

Es una conversación larga porque es interesante, un poco en la línea de "Pikadero" y la precariedad, que es el gran tema de esta generación y quizá, con suerte, dejará de serlo para la siguiente. La precariedad y la huida. La incomodidad, en general, y las trabas. Siempre ha habido incomodidad y trabas, eso también lo sé yo, pero también tiene uno el derecho a cansarse de salvar obstáculos. Por lo demás, después de tanta queja, convenimos en que no estamos tan mal, como diría Laporta: al fin y al cabo son las dos de la mañana y estamos de pinchos en una ciudad que no es la nuestra. También es cierto que con casi 40 años igual aspirábamos a algo más que escapadas de universitarios. 

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Entro brevemente en el María Cristina porque no sé muy bien si hago mi trabajo mejor viendo películas o viendo famosos. No sé cuál es mi trabajo, en definitiva, y cuando me preguntan me limito a enseñar mi acreditación VIP y farfullar sonriente. El salón está lleno de actores y actrices dando entrevistas y no hay nadie del hotel que ponga pegas a mi paseo furtivo hasta que me cruzo con la mirada de las agentes de prensa, esa mirada feroz, de madre posesiva que enseña las garras antes incluso de que te acerques a su cría.

Siempre lo he dicho: un agente de prensa es lo que todo famoso necesita si no quiere salir en la prensa. No es un trabajo agradable ni da especiales alegrías, al revés. Eres algo así como Makelele en un equipo de Zidanes y Ronaldos. Y así, a la tercera mala cara, salgo por donde había entrado y me meto en el cine donde, de alguna manera, siento que sí pertenezco, sea ese mi trabajo o no, que ya hemos dicho que no está nada claro.