martes, septiembre 08, 2015

La existencia precede a la esencia



Puedo entender el sentimentalismo o, más bien, puedo aceptar que no lo entiendo. La patria y todo eso. La bandera. La lengua compartida. El rito. Puedo entender que se haga política alrededor del mito y que se quiera construir un mito propio pero me cuesta cuando todo eso se intenta racionalizar, cuando se apela a la realidad, a las condiciones objetivas. Los esencialistas, es decir, los nacionalistas, sean de donde sean, no solo pasan del rollo romántico de las revoluciones del XIX sino que ni siquiera han leído a Sartre: no, no hay nada en ti más allá de lo que haces. El francés decía: "La existencia precede a la esencia" y Ortega redondeó la idea al añadir: "Somos nuestra historia", esto es, la circunstancia.

Si Felipe II no hubiera decidido que la corte de Castilla se trasladara a Madrid, ahora mismo Valladolid tendría cinco millones de habitantes, Medina del Campo sería El Escorial y Olmedo sería Coslada. Sin embargo, hubo un Felipe II y hubo una decisión de olvidar Toledo, olvidar Valladolid y dejar Madrid como capital de un reino enorme, con todo lo que eso implica: sus oportunidades de trabajo, sus ministerios, su funcionariado, sus aeropuertos, redes de carreteras, trenes de alta velocidad... No hay ningún orgullo real en ser madrileño. Ser madrileño es solo una continuidad, sin más, a la que añadirle matices individuales.

Lo mismo se podría decir de ser catalán. La presunción de que ser catalán, de por sí, implica ser rico, innovador, abierto al mundo... por designio divino. No, eso no es así, eso es un devenir histórico. Intentar cambiar la realidad supone pagar un precio y eso no es ninguna amenaza, es un axioma. Si la realidad no es la que es, pasa a ser otra cosa. No se puede apelar a que "todo va a seguir igual" si Cataluña se independiza: es un argumento estúpido. Si todo va a seguir igual, que siga igual. Si vas a cambiarlo, asúmelo, lo que viene después es otra cosa, imposible de comparar con la anterior. 

A mí me gustaría que el debate se encauzara por ahí, por la realidad, por lo que se gana y se pierde. Un análisis sincero y veraz de pros y contras que permita luego decidir si honra sin barcos o barcos sin honra. Me horroriza la mentira, que millones crean en la mentira de que nada va a cambiar. Va a cambiar todo y cuando uno pone la máquina del tiempo 500 años atrás, conviene que sepa que lo que le espera es el caos.

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En el capítulo seis o siete, el publicista de "1992" admite de pasada que estudió filosofía. Su hija le responde: "Suerte que has encontrado un trabajo". De repente me acuerdo del día que estuve a punto de ser publicista y renuncié. Solo he tenido dos oportunidades reales de asegurar un futuro económico estable: cuando la Escuela Oficial de Idiomas me ofreció seguir en su rueda de interinidades con una media jornada en Móstoles y aquel día en que parecí convencer a un tipo con una enorme autoestima de que yo era lo que necesitaba, que era especial, que merecía la pena ofrecerme lo que fuera solo a cambio de algo parecido a la disponibilidad absoluta.

Las dos veces dije que no, por supuesto. ¿Lo ven? Honra sin barcos pero sin tanta milonga. Dije que no a la Escuela porque tenía un compromiso con una academia que al final ha acabado despidiéndome y le dije que no al publicista -puede que fuera filósofo- porque mi disponibilidad absoluta solo me la reservo a mí, mi mujer estaba a punto de dar a luz y no pensaba pasarme los primeros meses de mi hijo colgado del teléfono móvil o atormentado porque los proyectos no salían.

Sin embargo, echo de menos todo eso, claro. Echo de menos el dinero porque no lo tengo y echo de menos el trabajo fijo porque no lo consigo. Me tengo a mí, eso sí, tengo mi disponibilidad absoluta para estar aquí contándoles esta historia pero de vez en cuando llega el vértigo del alquiler, la guardería y la familia. He tenido que tomar un montón de decisiones erróneas para haber pasado tan desapercibido durante tantos años. Tan, tan desapercibido que subirse ahora a la noria parece de todo punto imposible.

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Queda, entonces, la estética. Pensar en Bolaño conforme pasan los años y aumentan los rechazos, solo que un Bolaño sin el talento de Bolaño, un Bolaño sin la pulsión autodestructiva de Bolaño y un Bolaño que no friega platos en Barcelona ni vende bisutería en Blanes sino que vive en Clara del Rey y veranea en Paradores con el dinero de su mujer y su padre. Un Bolaño con algo de talento, algo de autodestrucción y algo de precariedad pero desde una distancia. Un Bolaño de Crítica del Juicio. Lo bello sin llegar a lo sublime.

Cuando se me ofreció la estabilidad, la rechacé inmediatamente pero cuando pude abrazar la bohemia absoluta, un Orwell en París o Londres, me dio un miedo atroz y acabé dando cursos a jubilados, lo que fuera con tal de seguir viviendo en Malasaña. Nunca me entregué del todo, supongo que ese sería un buen resumen de mi vida: nunca dejé de entregarme pero nunca lo hice por completo. Y cuando digo "por completo" quiero decir por completo. Todo el mundo pensaba que podía dar más. En eso, me incluyo a mí mismo, por supuesto.

Cabe la posibilidad, claro, de que todos estuviéramos equivocados.