viernes, octubre 23, 2015

Rajoy y Berlusconi en el Ministerio del Amor


El delirio casi obsesivo de querer ver al "Gran Hermano" de Orwell en cada cámara de seguridad a veces nos hace olvidar el otro peligro del que alertaba "1984": la neolengua. Obviamente, demagogia ha habido siempre y retórica al servicio de esa demagogia también. Otra cosa es la separación absoluta que hay entre la definición de las palabras y su uso en política o cómo un mismo concepto puede servir para condenar a unos y defender o perdonar a otros. En eso, y es de justicia decirlo, hizo hincapié en su momento la hoy denostada Irene Lozano dentro de su magnífico libro "El saqueo de la imaginación".

Ejemplos hay todos los días pero el que me ha dejado con los ojos como platos es el de Mariano Rajoy advirtiendo del peligro de los nacionalismos y los populismos para las democracias occidentales. Puedo estar de acuerdo en esa afirmación: los nacionalismos y los populismos siempre han sido un problema para las democracias occidentales y habitualmente han ido de la mano. Otra cosa es que el presidente lo diga mientras Silvio Berlusconi le aplaude como loco y nos tengamos que tragar el sapo.

No hay mejor definición de lo que es el populismo en Europa en los últimos cincuenta años que Silvio Berlusconi: su ascenso publicitario al poder montado a los lomos del Milan y Telecinco, el posterior culto a la personalidad al mando de un partido cuya única función era arropar al líder, el empeño en desvirtuar la política hasta convertirla en un espectáculo continuo, sorteando desde el poder jueces y periodistas... todo para acabar organizando orgías con adolescentes.

Esa es la parte populista. La nacionalista se explica también muy fácilmente: cuando las cosas empezaron a ir regular supo encontrar en Umberto Bossi y los rescoldos de la Lega Nord a un fiel aliado, nombrándole ministro en varios de sus gobiernos. Sí, Umberto Bossi, el de las falanges defendiendo la Padania. En fin, ese es el nivel y es difícil hacer política, discutir de política, hablar siquiera de política cuando los términos se pervierten de esta manera. Lo de Merkel diciendo que Rajoy ha creado un millón de puestos de trabajo cuando hay ahora mismo cien mil personas menos trabajando que en 2011 ya lo dejamos para otro día.

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Muere Gloria Van Aerssem como murió hace pocos meses Saza. Los dos fueron mis primeras propuestas de entrevista cuando fundé con Ana Boyero la revista UNFOLLOW. En ninguno de los casos se pudo avanzar mucho en las negociaciones: no encontré un contacto para llegar a Gloria y aunque sí hablé con la mujer y la hija de Saza, su estado de salud ya era precario. La noticia del fallecimiento ha servido para reivindicar a Vainica Doble durante veinticuatro horas. Pasada la resaca, se ha vuelto al olvido.

Queda, sin embargo, mi lista de reproducción de Spotify, con su "Habanera del primer amor", sus "Coplas del iconoclasta enamorado", su "Alas de algodón", "Caramelo de limón" y ese largo etcétera de canciones sublimes que se sacaron de la nada. Vainica Doble fue una excepción y si hubiera que compararlas con alguien, por mucho que los únicos en reivindicarlas hayan sido indies como Christina Rosenvinge o Nacho Vegas, diría que me recuerdan a Simon y Garfunkel: el cuidado de las letras, el sentido del humor, la armonía entre las voces... Quizá más Simon que Garfunkel, pero eso ya nos llevaría a una discusión eterna.

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Los mejores días eran los que me dejaban quedarme en la guardería toda la mañana, hasta la hora de comer. Poder ver a mi hijo gatear y jugar con los demás niños, entusiasmarse con las canciones y volver de vez en cuando en busca de un poco de seguridad y mimos. Era un espectáculo precioso, por mucho que algunos bebés lloraran y las profesoras a veces parecieran algo desbordadas. Ahora, mis mejores días, los mejores momentos de mis mejores días, son aquellos en los que puedo acompañar por la mañana a mi mujer rumbo a la guardería, escuchando tranquilamente a Alsina mientras el niño canturrea en el asiento de atrás, Aquellos en los que puedo ir a recogerlo, con mi mujer o mis padres o incluso yo solo; acercarme poco a poco al patio donde juegan los enanos, verle correr a mis brazos gritando "pa-pá" y conversar en inglés con Beatrice sobre cómo ha ido el día, cómo ha ido la semana... y luego, torpemente, volver a la realidad.

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Por cierto, todo el camino del metro de Arturo Soria a la calle Frascuelo canturreando "We´re not supposed to", de Supergrass. Algún día habrá que volver a Supergrass y olvidar de una vez el horroroso "Alright".