jueves, enero 21, 2016

Una de apuestas y amaños en el tenis



El demoledor estudio de la BBC y BuzzFeed acerca de los posibles amaños en el circuito ATP relacionados con las mafias de apuestas ha recibido en España la atención esperada: un poco de alboroto al principio y la catarata habitual de declaraciones de tenistas patrios que afirman que a ellos "ni se les han acercado".

Se han acercado a Djokovic pero no a los españoles aunque ha llegado a haber hasta quince entre los cien primeros de la ATP.

En fin, la defensa a ultranza sería anecdótica si no fuera porque BuzzFeed deja claro que la gran mayoría de los supuestos amaños se dieron en partidos que involucraban a españoles o argentinos. De eso, por supuesto, no se ha dicho nada, ni de la contundente avalancha de datos que arrincona a Martín Vasallo Argüello. El tenista, ya retirado, entregó tras su sospechosísimo partido contra Davydenko en 2007 un móvil lleno de mensajes cruzados con distintos apostadores pero jamás recibió sanción alguna, todos los focos puestos en el ruso, quien, por cierto, también se fue de rositas.

La gente pide nombres, pero dar nombres en periodismo sin tener todos los cabos bien atados cuesta mucho dinero en demandas. Y no las va a pagar la asociación de jugadores, eso seguro. Lo único que han hecho los ingleses es coger un método de análisis y establecer probabilidades; cuando un jugador aparece diecisiete veces, las alarmas se disparan, obviamente. Por ejemplo, se habla de un jugador del top 50 que siempre tiene resultados muy extraños en el primer set. En rigor, supongo que decirlo, mostrar el estudio sin más, no supondría una acusación directa, pero si no han dado el nombre -en Twitter sí se comentó, pero Twitter tiene la fiabilidad que tiene- seguro que es por algo.

Por lo demás, no es nada inesperado. Me gusta particularmente el análisis que hacen de los tipos de amaños posibles. No todo es perder o ganar. Por ejemplo, se puede ganar una pasta convenciendo a los dos jugadores que tal juego se vaya al 40-40 y ya se lo jueguen ahí. O convencer a un solo jugador de que la primera vez que se ponga 40-0 haga una doble falta. Deportivamente se pierde poco y económicamente se pueden ganar cientos de miles de dólares si las cosas se hacen bien y sin llamar demasiado la atención.

¿Qué soluciones hay a este problema? Pocas. Los jugadores han salido a decir que es que, sobre todo los menos famosos, cobran poco dinero. Las mafias siempre les van a dar más así que sería mucho más fácil acabar de una vez con las casas de apuestas, con la libertad que tienen para abrir mercados en directo, anunciarse en todos lados y fomentar una enfermedad mental, la ludopatía, que afecta a cientos de miles de españoles y a millones de personas en el mundo. Se hizo con el tabaco y con el alcohol y las calles se llenaron de Coderes. Si todo esto sirve para que alguien ponga un poco de orden, bienvenido sea.

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Un humorista llama a Mariano Rajoy haciéndose pasar por el presidente de la Generalitat. Rajoy le cree y le da cita. Luego, le dicen "no, hombre, que es broma" y se enfada, pero lo justo. Los periódicos le dedican la portada de sus ediciones digitales como si no se pudieran permitir dejar pasar ninguna estupidez por alto. Hay en esto de las llamadas de broma un punto ridículo y maleducado, especialmente cuando la víctima no es el presidente del gobierno y la burla se puede llevar más allá. Lo peor, con todo, es el análisis posterior, el leer entre líneas. La convicción, todavía instalada en el periodismo, de que en la conversación privada el presidente pudo dejar pistas que no se atrevería a dejar en público. El triunfo del entrecomillado. Es justo al contrario: en privado, Rajoy, o usted o yo mismo podemos decir la barbaridad o la mentira que nos dé la gana.. En público no nos atreveríamos, precisamente porque nos lo podría señalar alguien y podría resultar que ese alguien no fuera un bufón.

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Pedro Zuazúa le dedica en El País una columna al Compendio Deportivo que escribí para la Editorial Debate. Qué grandes recuerdos, qué trato excelente de Miguel Aguilar, de Alfonso Monteserín, de todos los que componen el grupo Penguin Random House. Nunca me habían tratado así y probablemente nunca lo hagan. Y, por otro lado, qué oportunidad perdida. Todo un gran grupo apostando por mí, las librerías llenas del verde del libro y las ventas por los suelos. "Si se venden 5000...", decía yo mientras Sonia ponía cara de no creerse lo que estaba oyendo. Y se vendieron 500, quizá alguno más pero no muchos. Con todo, mereció la pena. Mucho.

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Cuando murió mi abuela me pasé soñando con ella casi cada día durante más de un año. Generalmente, el sueño era más o menos el mismo: ella estaba confusa, en casa, como si no se hubiera enterado de lo que había pasado y yo la abrazaba y le decía: "Abuela, estás muerta, te tienes que ir, no pasa nada pero es que estás muerta..." y ella parecía entender o no y a veces se iba y otras veces, cabezota, se quedaba.

Cuando murió mi abuelo, los sueños se repitieron pero al revés: el confuso era yo. Él, de hecho apenas aparecía. Estaba yo en medio de una fiesta o una reunión y de repente me daba cuenta de que el abuelo no estaba y preguntaba y me quedaba helado, en plan "¿cómo no me habéis dicho que mi abuelo se ha muerto?, ¿cómo ha podido pasar?". Lo curioso es que, con el tiempo, he conseguido de hecho olvidar aquellos días de 2010, desde mi operación a la suya, y está todo como en una nebulosa que me acompaña incluso despierto, como si de verdad no estuviera del todo clara su muerte más allá del horrible tanatorio del Gómez Ulla y el entierro al día siguiente.

Ahora sueño con mi padre, claro, pero no son sueños demasiado precisos. Un poco de todo. A veces está muerto y a veces no. A veces nos queremos y a veces nos echamos cosas en cara. En general es un muerto bastante educado, como lo fue en vida, y yo rehuyo las discusiones de la misma manera. Lo que nadie me va a poder negar nunca es la sensación, en cada uno de los tres casos, de que cada segundo de sueño que paso con ellos lo paso efectivamente con ellos. No como una recreación o una fantasía, sino como un reencuentro.