jueves, septiembre 22, 2016

Milosevic en el Ritz



Por nuestro cuarto aniversario reservé una habitación en el Ritz. A toro pasado, es difícil encontrar mejor ejemplo de hasta dónde había calado la decadencia en nuestra relación. Fue un error como otro cualquiera y la verdad es que ella lo aceptó con toda la ternura del mundo, probablemente porque no era la primera vez que hacía algo parecido. Hay parejas que se ponen a tener hijos a lo loco para tirar adelante y parejas post-adolescente que se dedican a tirar fuegos artificiales para desviar la atención.

No funcionó, por supuesto, y poco más de un mes habíamos roto, pero no quería hablar de eso sino de mí, para variar. De mí con 23 años entrando en la habitación de un hotel en el que no pintábamos nada, encendiendo la televisión y emocionándome en CNN+ mientras a Slobodan Milosevic le montaban algo parecido a un golpe de estado. Guille gritándole entusiasmado a T. "Mira lo que está pasando, mira lo que está pasando", como si lo que estuviera pasando tuviera la más mínima importancia en nuestra vida, como si no hubiera pausa en mi empeño en ponerlo todo -todo el rato- del revés.

¿De qué iba aquello? Los fuegos artificiales y "el venao", todo a un mismo tiempo. La distracción sobre la distracción. Imposible saber qué estaba tramando, imposible agarrarse a ese clavo ardiendo. Cenamos en un restaurante argentino muy rico, que, como homenaje quizá, cerró a los pocos meses. No fue una gran noche, como se puede suponer, y el día siguiente no fue mejor en ningún sentido. Ella trabajaba en un periódico nacional, yo daba clases de historia a niños de trece años.

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Las últimas diez páginas de "Chesil Beach". Mejor centrarse en esas diez últimas páginas y no en las ciento cincuenta anteriores, que hay que entender como un enorme prólogo, una de esas etapas en las que el sprint vale por los doscientos kilómetros de fuga y pelotón organizado. Puede que a Ian McEwan le pase lo mismo que comentábamos de Woody Allen, que esté siempre a punto de la obra maestra, dejando destellos, pero le cueste cuadrarlo todo. Probablemente, de hecho, su mejor libro siga siendo el primero: "Primer amor, últimos ritos", una maravillosa colección de relatos que recuerdo sin artificios ni adornos ni compasión.

En cualquier caso, insisto, esas diez páginas salvan cualquier novela. Me comenta Carlos Jiménez que a él no le parecieron para tanto, pero, claro, él tiene más o menos la edad del protagonista antes de que se dé cuenta de que ha hecho el idiota. Yo tengo la edad en la que, podemos entender, ya ha entendido que no hace falta hacer un drama de todo, ni invitar a chicas al Ritz ni fingir entusiasmo por la política serbia. Que, en ocasiones, el empate nos vale.

De entre todas las frases de esas páginas, una sobresale: "De este modo podía cambiarse el curso de una vida: no haciendo nada". Sí, tiene sentido. El resto es poco más que teatro o, aún peor, ludopatía.

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Las conversaciones entre Fernando Fernán Gómez y Enrique Braso. Cualquier conversación con Fernando Fernán Gómez, en general, sea escrita o en la pantalla. Fernando Fernán Gómez, el concepto. Muy complicado ser más inteligente o, al menos, parecerlo.

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Iglesias y Errejón se pelean en Twitter y el mundo se para. Es lo que tiene la inmediatez y con eso volvemos a la ludopatía, al vivir en un casino siempre abierto con croupiers cantando frenéticamente los números. La mayoría de lo que leo tiende a atribuirles la inteligencia de estar fingiendo una disputa para que se hable de ellos y que se vea lo plural que es Podemos y lo listos que son y sin complejos y "la gente" como testigo del proceso y no mero instrumento...

Tiendo a pensar que no. Que aquello es exactamente lo que parece: ver quién la tiene más larga. El hecho de que los demás afines saltaran inmediatamente, un poco confusos, en un sentido o en otro -más bien en el de Iglesias, todo sea dicho-, refuerza mi impresión. Hasta Monedero ha tenido tiempo para darle un palo a Errejón, lo que viene a demostrar que Errejón ahí no pinta nada. Más que nada, porque, dentro de sus limitaciones, suele tener razón. Y tener razón en un partido político -en cualquier partido político, en cualquier lugar, de hecho- es peligroso.